La palabra dignidad evoca el deseo de otorgar a todos sin distinción el derecho de vivir con un determinado bienestar y sin ser víctimas de humillaciones o instrumentalizaciones. En el pensamiento clásico, la dignidad era atribuida a las personas en razón de sus méritos y rol social, es decir, era por definición dinámica –se podía ganar o perder– y selectiva –no todos la tenían–. En cambio, en la filosofía moderna pasa a ser un atributo inalienable de cada ser humano sin importar su condición y por ello es universalista y estática –acompaña a la persona toda la vida, con repercusiones incluso antes y después de ella–.